Pandemia y crimen organizado

Por Federico Eisenberg

La crisis que atravesamos hoy lo cambiará todo. Pocos meses bastaron para que la economía mundial y la cadena de pagos fueran puestas en jaque. Ya se vive una estrepitosa caída de la actividad comercial, que se percibe fácilmente en la cantidad de negocios cerrados a la vista al caminar algunas cuadras por la calle. El impacto seguramente será más fuerte en países en desarrollo como la Argentina, y si bien hay quienes consideran que las crisis traen consigo oportunidades, no hay indicios de que sean mucho más que peligrosos entusiastas y optimistas.

Hay también quienes se manifiestan preocupados por las potenciales violaciones de derechos que, como señala el autor surcoreano Byung-Chul Han, un régimen de vigilancia biopolítica y comunicacional traerán aparejadas (especialmente en temas relacionados con privacidad, propiedad y libertad de expresión); también hay otros que llegan a sugerir que el Estado deberá reinventarse si queremos evitar el resurgimiento de la peor faceta de los autoritarismos del siglo pasado. No es arriesgado pensar que a estas proyecciones a largo plazo se les escapan ciertas problemáticas más actuales y urgentes, que podrían echar por tierra todo este tipo de especulaciones.

El crimen organizado transnacional

Como es sabido, fenómenos como la expansión del modelo capitalista y la revolución tecnológica que aún atravesamos han sido acompañados por la aparición de nuevas formas de delincuencia que se han englobado en un concepto al que suele denominarse crimen organizado transnacional. Éste ha crecido exponencialmente en los últimos años y los incansables esfuerzos globales por combatirlo, aunque aún insuficientes, han logrado establecer estándares comunes que facilitan la tarea de los Estados a la hora de prevenir, investigar y perseguir ese tipo de delitos. La cooperación internacional, la asistencia legal mutua y las extradiciones son algunas de las herramientas esenciales en esa tarea. Hacia finales de la década del ochenta, se llegó al consenso internacional de que la lucha contra el crimen organizado debía darse en conjunto, que era un problema global que atravesaba fronteras y que afectaba a la totalidad de la población mundial.

Aquí se trata principalmente de hacer una advertencia: la crisis del COVID-19, es cierto, aporta más incertidumbres que certezas; pero también evidencia que, durante un extendido período de tiempo, los Estados tenderán a destinar la mayor parte de sus recursos a otras áreas (principalmente salud, pero también reactivación económica y comercial). Lejos quedarán aquellos tiempos en donde la lucha contra el crimen organizado se posicionaba entre los primeros puestos de las preocupaciones y políticas estatales. En este sentido, vale aclarar que, al estar incluido el terrorismo en la categoría de crimen organizado, puede verse que desde el 11 de septiembre de 2001 determinados Estados del primer mundo han invertido gran parte de su capacidad y desarrollo económico y tecnológico en prevenirlo y combatirlo, mientras el tema ha quedado relegado en la mayoría de los países en vías de desarrollo y no desarrollados.

Desarrollo y situación actual

El crimen organizado en general es un fenómeno que, si bien ha tomado mayor publicidad y notoriedad en los últimos años del siglo veinte, no es nuevo. Primo hermano del capitalismo, organizaciones que podrían ser incluidas en la categoría de crimen organizado, como la cinematográfica mafia italiana, encuentran su origen en una temprana abolición del sistema feudal de la región siciliana.

«Lejos quedarán aquellos tiempos en donde la lucha contra el crimen organizado se posicionaba entre los primeros puestos de las preocupaciones y políticas estatales.».

Pandemia y crimen organizado

Este fenómeno criminal mantiene un crecimiento sostenido hace varias décadas, consolidándose y asociándose cada vez con mayor frecuencia con el poder político y judicial. Detentando una sorpresiva capacidad para reinventarse, llega al punto de situarnos ante una incómoda paradoja: la de una legalidad ilegalizada, o viceversa, una ilegalidad legalizada.

La palabra “aceleración” aparece cada vez con mayor frecuencia en los medios de comunicación, hecho que se expresa en un consenso generalizado de que, si algo ha resultado de esta crisis, es una aceleración de procesos de todo tipo: políticos, económicos, tecnológicos, etc. En un contexto en el que todo se acelera, sólo un entusiasta optimista (y en cierto grado, irresponsable) se ilusionaría con que el detenimiento abrupto de operaciones bancarias, la imposibilidad de circular libremente por las calles, de generar estructuras societarias y adquirir bienes, servirá de algo a la hora de ralentizar el crecimiento exponencial que el crimen organizado ha demostrado en estos últimos tiempos.


Un mal que se renueva

Como decíamos, el crimen organizado nos ha enseñado su enorme capacidad para reinventarse y encontrar nuevos mecanismos que permitan continuar con su actividad delictiva. Contrabando de insumos médicos, ciberataques y hackeos masivos, fraudes, estafas y corrupción de funcionarios públicos son modalidades que inminentemente aparecerán en escena; sobre todo si tenemos en cuenta que en los últimos tiempos han aparecido nuevas herramientas como las criptomonedas: «entidades financieras» paralelas o plataformas virtuales, que permiten realizar operaciones en la marginalidad. Ya en los últimos días se detectaron en Europa diversas irregularidades en transferencias millonarias para la compra de barbijos y alcohol en gel entre empresas, y en Latinoamérica (en Argentina particularmente) sospechosas licitaciones y “confusiones” en la distribución de recursos estatales y privados.

Los hechos más preocupantes radican en situaciones que ya son de carácter público (como en México y Brasil), vinculadas a que este tipo de organizaciones se encuentran entregando despensas a comunidades y haciéndose presente en aquellos espacios en donde la mano del Estado no alcanza. A tal punto que el ahora ex-Ministro de Salud Brasileño instó públicamente a las autoridades gubernamentales a que entablen diálogo con los narcotraficantes para contener la propagación del virus en las favelas.


Nicola Gratteri, magistrado italiano reconocido por su lucha incansable contra La ‘ndrangheta y La Camorra (quizás las dos organizaciones mafiosas más poderosas de Italia), señaló recientemente que lo más peligroso del poder que este tipo de organizaciones acumula con, por ejemplo, la construcción de hospitales y escuelas (a la manera del Chapo o del famoso Escobar Gaviria), aparece con su posterior expresión en las urnas. Usualmente a través de las poblaciones más vulnerables, beneficiarias de este tipo de acciones, se construye una masa de votantes del candidato seleccionado por los mafiosos. Es allí donde todo se confunde y pierde sentido.

El sujeto de la solución

Las enormes diferencias sociales y económicas entre países, hoy más que nunca, parecen ser el principal obstáculo a la hora de evitar y detener la consolidación de este tipo de organizaciones, no sólo en Latinoamérica. No debemos soslayar, por ejemplo, el lugar que ocupa Italia en la Unión Europea. El problema central, residente en la abismal diferencia que hay a la hora de disponer de recursos entre unos países y otros, sin dudas se agravará si la crisis sanitaria mundial continúa expandiéndose.

La propuesta es concisa: debemos encontrar herramientas que permitan fortalecer la cooperación internacional, hoy más que nunca. Cooperación que debe atravesar la frontera del lobby, de los congresos internacionales y del intercambio de información, para transformarse en ayuda concreta, económica y tecnológica que permita a todos los países hacer frente no sólo a la crisis sanitaria sino también a la consolidación de organizaciones criminales. Esto no debe dar lugar a malas interpretaciones: la soberanía de cada Nación debe ser, por supuesto, siempre respetada. A tal efecto, es necesario también repensar nuestros organismos internacionales y la función que estos desarrollan, para que puedan cumplir un rol activo, presente y efectivo, sobre todo en la prevención de delitos.

«La propuesta es concisa: debemos encontrar herramientas que permitan fortalecer la cooperación internacional, hoy más que nunca».

Pandemia y crimen organizado

No debe dejarse de lado el consenso alcanzado respecto de la lucha contra el crimen organizado como un proceso que debe darse de forma conjunta, como un problema global que atraviesa fronteras y que, al igual que el coronavirus, afecta a la totalidad de la población mundial. Por lo tanto, particularmente en este momento es preciso que los países más desarrollados (que se vienen ocupando, puertas adentro, de la temática desde hace varias décadas) miren hacia afuera y se concentren en la cooperación, la solidaridad y el entendimiento de que el flagelo de algunos es el flagelo de todos. Sólo así se podrá evitar un quebrantamiento total del orden político y la inserción de organizaciones criminales en las esferas de poder de los países más vulnerables a la crisis del COVID19.


Federico Eisenberg es abogado y profesor ayudante en la Universidad de Buenos Aires. También se desempeña como Funcionario de la Justicia Nacional en lo Penal Económico.

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