Por Juan Rocchi
Georges Canguilhem parece ser de esos filósofos que hicieron las cosas lo suficientemente bien como para que ya no sea necesario seguir leyéndolos. Tienen su certificado de calidad, porque fueron reconocidos por otros grandes filósofos que sí leemos, pero abandonaron los programas académicos, las revistas y los catálogos editoriales. Este tipo de personajes adquieren una función exploratoria, como si divisaran una forma de creación que no llegan a dominar.

Filósofos que descubren
Algo así sucede con Fichte, por ejemplo, que le enseñó a Hegel a escribir como un desquiciado,1Véase al respecto la anécdota en que Hegel envía su Fenomenología del espíritu a Goethe, que le responde que parece ser un gran libro, pero que le vendría bien aprender a escribir en alemán. Recogida en Löwith, K., De Hegel a Nietzsche, Katz Editores, Buenos Aires, 2008. dio clases a multitudes de estudiantes por el módico precio de tres Federicos por persona, y se borró.
Sin Hegel, el proyecto de Fichte parecería ser como la música serial en boca de Lévi-Strauss: una fantástica travesía en una nave despreocupada de tener un puerto de origen o de destino.2Dicho con las inmejorables palabras del autor: “Barco sin velamen que su capitán, harto de que sirviese de pontón, hubiera lanzado a alta mar, íntimamente persuadido de que sometiendo la vida de a bordo a las reglas de un minucioso protocolo apartaría a la tripulación de la nostalgia de un puerto de origen y del cuidado de uno de destino…”. Mitológicas, I: Lo crudo y lo cocido. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2015, pp. 33-34 Sin embargo, lo cierto es que inventó una forma de filosofar que fue la raíz de importantes elaboraciones posteriores.
Podríamos citar muchos más de estos enormes pensadores que supieron desvanecerse sin dejar monumentos ante los que arrodillarse. ¿No es una tarea contra Whitehead el querer revivirlo? ¿No caló tan hondo en nuestro panteón que ya puede dejarse su propia obra a resguardo? Una amiga decía, ante un libro de Gramsci que usaba de posavasos: “no estoy leyendo a Gramsci. No se puede leer. Siempre se termina leyendo a los que leyeron o dicen que leyeron a Gramsci”. Hay que desconfiar cuando se publica una antología de una sola persona: quizás hayan recopilado con un criterio greatest hits, las que sabemos todos.
El descubrimiento de nuevos métodos para escribir filosofía suele llevar a ideas potentes. Por ejemplo, la idea de que la ciencia tiene por objeto un problema.
Apuntes sobre Canguilhem
De todas formas, no se trata aquí de Fichte, ni de Gramsci, ni de las antologías. Se trata de Georges Canguilhem, padre de algo difícilmente identificable. Este pensador, que fue médico sólo durante la guerra y dejó una obra más bien reducida, fue reconocido maestro de Foucault, Deleuze, Lacan y muchos de su generación. Aun teniendo como tema central algo tan específico como la filosofía de la medicina y de la ciencia, dejó marcas para todo el pensamiento posterior. ¿Cómo lo logró sin que tengamos, hoy, que leerlo?
En primer lugar, dejándose leer por Foucault, su Hegel, que rápidamente lo convirtió en una máquina para pensar. Si la genealogía tiene su conceptualización en Nietzsche, su método y sus herramientas las dispone Canguilhem: se puede reconocer la manía foucaultiana por desempolvar y atender a archivos viejos en sus reconstrucciones. En Lo normal y lo patológico, la lupa sobre tratados médicos de páginas raídas y amarillentas llamaría la atención, si no fuera porque Foucault llevó esa técnica al extremo, y su obra sí se sigue leyendo.
Conceptos brutos
El descubrimiento de nuevos métodos para escribir filosofía suele llevar a ideas potentes. Por ejemplo, la idea de que la ciencia tiene por objeto un problema. No el conocimiento, no la verdad: la ciencia tiene por objeto un problema. Ya lo decía Canguilhem en 1943, pero quién necesita buscarlo ahí, cuando Deleuze ya hizo del concepto de problema un castillo andante, lo convirtió en la más salvaje teoría de las Ideas. Lo de Canguilhem es más modesto, y hoy quizás innecesario: si una ciencia tiene por objeto un problema, qué podemos decir de la medicina, que tiene tantos más que uno. Un pensador como Canguilhem, un explorador, crea conceptos como diamantes en bruto; pocos, no demasiado sofisticados, inconfundibles.
Lo normal y lo patológico es un libro prescindible. Con semejantes lectores, uno parecería poder sacar poco más de ahí. Y sin embargo tiene algo importante, todas las marcas del tremendo pensador que fue Canguilhem. Cosas que no vamos a encontrar en sus brillantes, pulidos filósofos-lectores. La experiencia de un diamante en bruto: “nos parece que al definir la fisiología como ciencia de los modos de andar estabilizados de la vida respondemos a casi todas las exigencias surgidas de nuestras posiciones anteriores”.3Canguilhem, G., Lo normal y lo patológico, Siglo XXI: Buenos Aires, 2015, p. 157 ¡¡…!!
Alguien que construye un método tal que sólo puede satisfacerse con semejantes definiciones, no puede ser más que un gran pensador. Los modos de andar estabilizados de la vida. ¡Una ciencia que atienda ese problema! La vida que se estabiliza en el mate de la mañana, la vida que sólo puede estabilizarse nadando dos horas por día o leyendo el mismo libro por años con irritante lentitud. Problemas de la fisiología, del andar estabilizados. Resuena el penúltimo vaso de Deleuze antes de quedar del otro lado: el esfuerzo por la estabilización corresponde a la fisiología; la agresión intolerable hacia la vida ya es problema de lo patológico.
Estar sano no es estar adaptado al medioambiente; la salud no depende de poder mantener una situación, sino de imponer normas nuevas, de crear nuevas formas de andar estabilizado.
Apuntes sobre Canguilhem
Aunque nada de esto deja de ser normal para el filósofo. Sólo que hay normalidades que pueden darse nuevas normas, que soportan nuevos modos de andar estabilizados. Y hay normalidades más frágiles, que rechazan todo. Un modo precario de andar por la vida, en el que el más mínimo encuentro podría ser fatal. La patología es problema de uno mismo, nace de aquel que se queja de su forma estable, del que sabe que no podrá aguantar más que lo que ya le toca. Por eso el dolor es aquello incompatible con la salud: es el pathos inaguantable, negación de la fisiología.
Surcos en la tierra
Con estas reflexiones a cuestas, Canguilhem filosofa a machetazos; desmaleza los problemas pendientes de los tratados médicos clásicos. Las agudas objeciones que realiza a la concepción de la vida y la enfermedad de Comte, Bernard o Leriche les imponen exigencias a sus propias definiciones. Así llega a afirmar que las funciones “son normales durante todo el tiempo que son independientes de los efectos que producen”. No parece muy alocado, a diferencia del caso que lo llevó a formularlo: “el estómago es normal durante todo el tiempo que digiere sin digerirse”.4Definición de úlcera péptica, simplificada para los legos. Canguilhem, G., Lo normal y lo patológico, p. 56 Un simple caso del andar estabilizado, si se es un estómago, es no digerirse a uno mismo. Los resultados parecen extravagantes, pero son necesarios.
Ezra Pound dice algo así como que se reconoce a un buen poeta cuando ha arado la tierra de una forma nueva, y con suficiente profundidad. Eso es lo que debe verse en Canguilhem, que inventó una forma de llegar a definiciones de gran intensidad escrutando el pasado. Otro caso es cuando define tan bellamente la salud: la persona sana es la persona normativa, aquella capaz de darse nuevas normas, incluso orgánicas. Como la enfermedad nace de un pathos, en un sentimiento de fragilidad, se puede decir que la salud no es más que un sentirse normativo.
Estar sano no es estar adaptado al medioambiente; la salud no depende de poder mantener una situación, sino de imponer normas nuevas, de crear nuevas formas de andar estabilizado. Este es para nuestro filósofo el doble filo de la salud: nos tienta a abusar de ella, a apostar a nuevas normas que terminen enfermándonos.5Quien haya leído clases dictadas por Deleuze, difícilmente pueda ignorar la admiración que le producen este tipo de definiciones, a menudo calificadas de “simples y sorprendentes”.
Esta calidad de pionero sin memorial parece ser hasta conscientemente aceptada por Canguilhem. En 1966, a raíz de un fecundísimo diálogo con Foucault6Aparentemente, sólo Chomsky podría no tenerlo. y la lectura de El nacimiento de la clínica, nuestro filósofo añade un nuevo ensayo al final de Lo normal y lo patológico. 7Téngase en cuenta que ya habían pasado más de veinte años desde su primera publicación.El problema que le plantea Foucault es si la normalidad que él atribuía a cada individuo en su estabilidad orgánica, no tenía en verdad un fundamento previo en las relaciones sociales.
Esto no había sido completamente ignorado en la versión original por Canguilhem, que expone el ejemplo de un obrero que, a pesar de haber perdido una mano, se consideraba perfectamente normal bajo el argumento de que podía seguir trabajando al mismo ritmo y manteniendo a su familia. Sin embargo, éste dice algunas cosas en su nuevo ensayo sobre la noción de error, sopesa teorías, pero no parece preocuparse por resolver la cuestión. Es como si dejara el trabajo a su discípulo, que ya había empuñado el arado con renovadas fuerzas. Se lo lee hasta orgulloso de dejar a otro pensar.
El estilo en Filosofía
Quizás sea necesario considerar que la Filosofía no es un campo homogéneo de discusión. Hay formas infinitas formas de adentrarse en ella y de entenderla, que derivan en proyectos completamente diversos. Pero la invención de procedimientos, pensar en qué hay que enfocarse y cómo, es una cuestión de un enorme esfuerzo del pensamiento. Volviendo al caso de Fichte: el vocabulario, los modos de argumentar y la delimitación del problema a resolver ya implican largas horas de estudio, reflexión y originalidad. Suena hasta improbable que una misma persona pueda descubrir las herramientas y dominarlas en una misma vida.
Es por eso que en el legado de Canguilhem pueden conjugarse perfectamente ambos sucesos: ser un gran filósofo, reconocido como tal, y que no necesite ser leído. Las herramientas que inventó fueron imprescindibles para aquellos que las recibieron, utilizaron y dominaron. Sus libros quedan como un testimonio de aquella creación, de los primeros conceptos desarrollados a partir de un método, o un espíritu, canguilhemeano. El resto, las verdaderas invenciones perdurables, quedaron en manos de sus discípulos. Sin ellos, su obra, como la de tantos otros, podría haber sido considerada un barco sin velamen.
Juan Rocchi nació en 1995. Es estudiante de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y editor de Revista Diógenes.
Asi es Juan!
salud es crear
Y lo estas haciendo posible!!
Muchas gracias.
El artículo es buenísimo.
Da ganas de desobedecerlo y leer a Canguilhem, nada más que para ver todas las cosas que el autor encuentra y que otros como yo, pasaríamos por alto o, lo que es peor, subestimaríamos.
PD: Le del velamen me encantó