Por Lavinia Laviosa
El hombre sin talento, publicado en 1985,1Tsuge, Yoshiharu, El hombre sin talento, traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, Gallonero, 2015. es un manga de Yoshiharu Tsuge que narra, con un tinte nostálgico y pesimista, la biografía del mangaka2Palabra japonesa que designa al creador de historietas (manga). camuflada en seis historias crudas. Es por esto que introducirse en la vida del autor japonés es adentrarse en su propia obra, que a su vez revela las problemáticas de la miseria social. La propuesta de este artículo no es tanto amasijar al autor con una exploración psicoanalítica, como realizar una exégesis estética dentro de, lo que considero, el cumplimiento de la máxima nietzscheana: el escribir (y dibujar) con sangre.
Sin duda el paralelismo entre la vida de Tsuge y Sukeko Sukegawa, el protagonista del manga, no es todo; el aspecto más voraz y determinante de esta obra reside en la crítica extendida a la declinación de la sociedad japonesa -tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial- hasta su internación en el ignominioso fango del comercio, así como la repercusión en el arte de esta rápida conversión de Japón en una sociedad de consumo.

Suiseki. Entre lo bello natural y lo bello artístico
En el primer capítulo del manga, titulado Las piedras, Tsuge nos introduce a los temas principales de su obra: “Al final me he convertido en vendedor de piedras. No me quedaba otra alternativa. Lo he intentado todo en el mundo del manga, con las cámaras de segunda mano, las antigüedades, pero he fracasado en todo, sin excepción”. Sukeko Sukegawa, protagonista y alter ego de Tsuge, acepta su fracaso como mangaka y decide dedicarse al arte del suiseki. El suiseki es una disciplina budista que busca la belleza natural en la majestuosidad de la naturaleza, representada en las piedras. De hecho, suiseki significa “el arte de admirar las piedras”, es una tradición que viene de China y tuvo un auge en la época dorada de Japón, pero que para el momento en que Sukeko decidió dedicarse a esta disciplina ya había perdido vigencia.
Nuestro personaje lamenta que el común de las personas no logre apreciar la belleza natural de las piedras y considere que todas las piedras son iguales. Cuando en realidad, en palabras de Sukeko, “una piedra perfecta encierra dentro de sí una montaña, nos enseña el valle, sugiere el viento y las nubes. Nos revela el universo”. Así, a través del suiseki nos acercamos a una concepción de lo bello natural.

“Al final me he convertido en vendedor de piedras. No me quedaba otra alternativa. Lo he intentado todo en el mundo del manga, con las cámaras de segunda mano, las antigüedades, pero he fracasado en todo, sin excepción”
El hombre sin talento, Yoshiharu Tsuge
En el segundo capítulo, titulado El hombre sin talento, aparece la distinción entre el suiseki y el arte del bonseki. Éste último recrea paisajes en miniatura sirviéndose de varias piedras y arena. Mientras que el suiseki representa todo un paisaje, con sus montañas y ríos, a través de una única piedra, resaltando así la belleza natural. De tal modo que “Las piedras tocadas por el hombre nunca podrán igualar la belleza natural. Es imposible reproducir la forma o el color que la naturaleza ha tardado millones de años en crear. El suiseki es la esencia de la belleza perfecta”.
Tsuge nos introduce a la delimitación entre lo bello del arte humano y lo bello natural a través del siguiente cuestionamiento: ¿acaso no es el sentido estético humano el que distingue una piedra bella de otra que no lo es? Pregunta que recorrió la historia misma de la Estética. En efecto, el filósofo Hegel3Hegel, GWF “I. Delimitación de la Estética y refutación de algunas objeciones a la Filosofía del Arte” en Lecciones de Estética, Madrid, España, 1989. identificó la belleza artística como producto del espíritu (razón y libertad); esto implica que, por un lado, mientras más elevado sea el espíritu, mayor serán sus producciones, en contraste con la creación natural que acontece siempre de manera necesaria (como el ocaso o la salida del sol) que no es, en efecto, ni libre ni autoconsciente.
Por otro lado, lo bello natural siempre será reflejo de la belleza del espíritu, ya que la libertad supera la producción natural, que es siempre limitada en comparación con la infinita imaginación del espíritu. Pero anterior a Hegel, Kant4Kant, Immanuel, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, FCE, 2004. realizó una distinción entre la belleza y lo sublime. Siendo así que, para este filósofo, la belleza se erige como una tranquila y gustosa contemplación, mientras que lo sublime agita, conmueve, y sólo se encuentra en la grandeza de la naturaleza.

En este punto, Tsuge abre la problemática del papel del artista en el arte de admirar las piedras con el siguiente interrogante: ¿es casual la elección del suiseki? ¿Cuál es la tarea del artista en la elección de una piedra? El artista elige una forma caprichosa de la naturaleza, pero, ¿hasta qué punto es el creador de algo? Pareciera ser que el artista no es más que un mero intermediario entre las fuerzas de la naturaleza. Entonces, el coleccionista (que además es un aficionado y comprador) no será más que un intérprete que no aporta más que una idea a lo que ya está hecho. ¿Es el arte eso? ¿Realmente existe pues el arte?
El carácter inútil del arte
El tercer capítulo, titulado Los pájaros, nos introduce a varias cuestiones: la ética en el arte, el carácter inútil del arte, y su relación con el consumo. Esta vez, para acercarnos a la inutilidad del arte natural nuevamente nuestro mangaka se vale de la naturaleza: unos pájaros japoneses, que, con sus colores discretos, son animales delicados y elegantes. Estas aves son portadoras de una belleza conmovedora y humilde, pero que, por más que inspiran sentimientos profundos, no atraen a la gente, ya que el público sólo se preocupa por la apariencia. Esto se debe a que todo lo tradicional japonés fue desplazado por la excentricidad occidental, aun cuando lo occidental es superficial en comparación con lo oriental.

En estas instancias, Tsuge afirma que el éxito de lo occidental se debe a que reivindica las tendencias egocéntricas de una sociedad televisiva que prefiere la reafirmación antes que la reflexión sobre la esencia de las cosas. Después de todo, ¿a quién le importa la profundidad?, ¿de qué sirve el arte profundo?
En efecto, nuestro mangaka reflexiona sobre su contexto social: “Es la cultura del presentador televisivo. Para disimular su ignorancia utilizan conceptos como la diversidad de valores y empañan la esencia de las cosas. A la reflexión sobre su esencia prefieren su afirmación. El mundo enloquece. Reivindicando el respeto del individuo y de la personalidad, lo que hacen es ceder a las tendencias más egocéntricas de la cultura occidental”. Y casi en un optimismo tradicionalista Tsuge concluye que “sólo domando el ego se puede salir de situaciones complicadas. El pensamiento filosófico oriental, con su profunda sabiduría, es el único capaz de salvar al ser humano”.
el aspecto más voraz y determinante de esta obra reside en la crítica extendida a la declinación de la sociedad japonesa -tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial- hasta su internación en el ignominioso fango del comercio.
Reflexiones estéticas en el manga “El hombre sin talento” de Tsuge
En este sentido, tanto Hegel como Schelling reconocen que el arte puede usarse como placer y distracción, pero -como de este modo no sería libre ni independiente- estaríamos ante un arte auxiliar. Es por esto que apelan al carácter inútil del arte (en apariencia, ya que, como materialización sensible de la idea, al arte le corresponde un fin digno: desarrollar la racionalidad).
Con esta problemática, el cuarto capítulo que recibe el título de El viaje, nos introduce a la reflexión sobre lo inútil e inservible del arte. En efecto, el arte, al no servir (aparentemente) para nada, es marginado y, con la marginalidad de la obra de arte, termina quedando marginado incluso el mismo artista. Así, la categoría de lo inútil implica quedar en la marginalidad en esta sociedad cada vez más consumista, occidentalista, que cae bajo la concepción de “moderno”.
En este punto Tsuge emplea la metáfora de un monje komuzo, un monje de la nada o del vacío. Si bien el vacío es un concepto inexistente en el budismo, refiere a un mendigo, por su carácter contingente e inútil en una sociedad capitalista de consumo. El mangaka describe a este monje como un hombre sin talento. En el quinto capítulo, Las cámaras fotográficas, lo inútil abre otra oportunidad para reflexionar sobre el fracaso de los proyectos de Sukeko Sukegawa: cuando las cámaras fotográficas no funcionan no tienen ningún valor, pero una vez arregladas se reinsertan en el comercio y se convierten en lujo.

La marginalidad del artista. El hombre sin talento
El vagabundeo existencial de un artista que se sabe sin talento en una sociedad que no aprecia el arte, culmina con el último capítulo titulado, precisamente, Esfumarse. En estas instancias Tsuge acentúa el cuestionamiento de la creación artística en una sociedad de consumo. Muy afín con la hazaña filosófica, el mangaka esboza preguntas sin respuestas hasta la última página: ¿Dónde está el arte sin la industria? ¿Qué es lo que crea el artista? ¿Existe pues el arte? ¿Por qué no abandonarlo todo?
Este último apartado se presenta como una invitación a esfumarse, nos envuelve cierto pesimismo nostálgico, que se intensifica con la figura de cuatro poetas simbólicos. Primero Tsuge menciona un melancólico poema japonés titulado El poeta vagabundo. El poema viene a darle sentido (por lo menos poético o estético) o quizás resignación a esta existencia desapercibida en medio de artistas que sólo buscan fama, reconocimiento, comercio.
La segunda aparición es la del poeta japonés Chomei no Kamo, cuyas obras están repletas de historias de personajes que vivían desapercibidos, fracasados y que terminan “desapareciendo”, “fugándose”, “esfumándose” de la sociedad. Esta es la solución para existir y no existir al mismo tiempo: esfumarse. En tercer lugar, Sukeko, el protagonista del manga, termina leyendo un poema de Seigetsu. Este poeta, en línea con las problemáticas existenciales que plantea el manga, se refugió en lo más profundo del valle para apartarse del mundo, siendo que sólo sus obras prueban que alguna vez existió.
Por último, Tsuge presenta a un personaje que se esfuma tras las últimas páginas de El hombre sin talento. Se trata de un samurái sin amo, caído en la desgracia, de cuya existencia y pasado no se sabía nada, “como si la niebla lo hubiera borrado todo, sin embargo, era un hombre muy erudito, gran maestro de la caligrafía, rápido en la escritura y en la declamación: un talento prodigioso”. Este samurái, poeta y vagabundo, permaneció el resto de su vida marginado, pero compuso poemas hasta el último día de su vida. Se despidió con las siguientes exclamaciones: “El cantar de una grulla. ¿Dónde? De ninguna parte. Atraviesa la bruma. La bruma”.

El hombre sin talento no agota la etiqueta de una autobiografía fatalista, antes bien es la expresión de la alienación en una sociedad que se ha modernizado y en la que los personajes que no han sabido (o querido) adaptarse, quedaron marginados. De este modo las historias de Tsuge se actualizan como un testimonio del lugar marginal que se le concedió a una generación nihilista, pesimista, derrotada por el sistema. El testimonio de Sukeko Sukegawa no es otro que el aquellos hombres sin talento sumidos en una crisis moral, social y existencial, que aún en su declive invitan al largo detenimiento reflexivo y por qué no, una carcajada.
Lavinia Laviosa, nacida en un Königsberg del Py, exiliada en Buenos Aires por disidente. Estudiante de Filosofía en el estigma del ostracismo. Sufre de bovarismo.
Que interesante tu artículo lavi!
Muy buena nota!
Me atrapa más tu forma de escribir novelas que tus comentarios sobre un manga. ¡Saludos, Jen!